¡ADVERTENCIA!: Si bien los hechos acá descritos son reales, los nombres de los directamente implicados han sido modificados para proteger su identidad. Se recomienda discreción.
Bueno, finalmente, he llegado a la última parte de esta historia, de esta tremenda anécdota que le ocurrió al Sardino.
Sucedió que, tanto El Sardino como yo, nos unimos a cierto grupo del Facebook que congregaba miembros de la comunidad LGBT de la universidad aunque, debo admitirlo, el grupo este es algo mamón...por lo menos en el Facebook: cada dos por tres, seis. Una notificación tras otra, tras otra, tras otra, tras otra...era realmente intenso. Y al parecer, ni El Sardino ni yo, le parábamos muchas bolas a eso, es decir, al grupo ni a lo que publicaban. Fue necesario que El Sardino emprendiera ese nuevo camino y cambiara drásticamente el rumbo de su existencia para que empezara a prestarle mas atención al grupito aquel.
Y, como en un guión para televisión, ocurrió: preciso montaron un evento muy poco convencional y, quizás por lo mismo, muy llamativo e inquietante: nada menos que..una sesión de bondage.
A los lectores que, por diversas razones, ignoran que es el bondage les diré: hace poco menos de un año yo no sólo ignoraba que era eso, sino también muchas otras cosas alusivas al sexo; fue necesaria una fugaz incursión por el mundo del periodismo cibernético, trabajando para un revista on line de las temáticas más variadas, para descubrir eso y otras prácticas alusivas a esta faceta de la sexualidad que pocos se atreven a explorar, pero de la que resulte haciendo un fascinante artículo: el sadomasoquismo. Y en efecto, el bondage es sólo una de las muchas prácticas sadomasoquistas conocidas por el hombre, consistente en atar al otro para, como en cualquiera de estas prácticas, proporcionar placer a través del dolor.
El Sardino, armado de una nueva actitud frente a la vida, decidió ir. Como fuera, pero iría porque iría. En el anuncio, incluso, recomendaban llevar un cordón o una cuerda de algodón y advertían: puede que duela un poco, pero seguramente lo disfrutarás. Eso bastó para que El Sardino se pusiera en la tarea de buscar un cordón para tal fin. Y no consiguió uno sino dos. Además, se guardó una chocolatina en el bolsillo de la chaqueta. Era el viernes antes del Día de Amor y Amistad y estaría rodeado de al menos una veintena de universitarios de digamos...su mismo plan. No habría pierde.
Aquella fría y húmeda tarde-noche de viernes, El Sardino llegó al edificio donde se suponía que se realizaría este...ejercicio. Vio en los alrededores, ya dentro del edificio, a una pareja de manes. De inmediato los reconoció como "del cuento" y los siguió. Pero no parecían muy ubicados. Les preguntó por el salón, pero tampoco sabían donde quedaba e incluso, le dieron a entender que iban para otro lado. Más tarde, El Sardino se los habría de encontrar en el salón, al que llegó con la ayuda de la portera (osea, yendo a la fija)
El salón en el que se llevó a cabo el evento era un palomar de ladrillos, redondo y pequeño, además de estrecho y sofocante; idóneo para lo que pretendían hacer. Sin embargo, al menos las primeras horas, El Sardino no la pasó bien: según sus propias palabras se sintió como la típica niñita fea que nadie saca a bailar en las fiestas. Nadie le hablaba, nadie se sentaba al pie suyo...pero todos conversaban muy animádamente entre ellos. En otras palabras, las roscas ya estaban hechas y solidificadas. El Sardino no tenía muchas opciones de entrar en ninguna de ellas y obviamente, eso le bajó los ánimos...pero no tanto como para desistir. Igual que en la marcha por el orgullo gay, no desistiría: aguantaría hasta el final, como un soldado espartano. Tarde o temprano, su permanencia y su resistencia rendirían frutos. Confiaba en ello.
Y entonces, empezó el show.
Uno de los organizadores del evento (y a quien El Sardino, en algún momento de la vida conoció) resultó pasar de sociólogo a psicólogo y empezó a dar una breve y amena introducción sobre la sexualidad, el fetichismo, las perversiones y el sadomasoquismo apoyándose en los preceptos y teorías del padre del psicoanálisis, el señor Sigmund Freud. Esa intervención, valga decirlo, le dio a la reunión un toque de clase magistral, eso si, bastante interesante...aunque cada vez que veía a alguien conocido, interrumpía su exposición para saludarlo escandalosamente; algo para nada chevere. Así estuvieron hasta que apareció la tan esperada dominatriz que les daría la charla: una mujerona alta, trozuda, morena, bonita, vestida...no tan sado como se habrían imaginado muchos, pero apropiadamente entaconada, eso si. Sin más preámbulos, inició: habló de las prácticas sadomasoquistas, las medidas de seguridad necesarias, los instrumentos y objetos de uso frecuente en estas prácticas, la asignación de roles y, sobre todo, la historia del bondage y la elaboración de nudos en estilo francés, inglés y japonés (este último muy artístico y bien elaborado)
Luego, la parte didáctica; el show como tal: enseñó a hacer una gran diversidad de nudos y ataduras, para lo cual, además, pidió a los asistentes que se hicieran de a grupos o parejas. Nunca antes El Sardino se sintió tanto como un patito rodeado de pollitos...la buena noticia, es que no fue el único que tuvo que resignarse a ser sólo un espectador. Junto a él habían más asistentes que, de cualquier modo, tampoco le paraban muchas bolas.
Sucedió entonces que, mientras la dominatriz enseñaba paso a paso como hacer los nudos, El Sardino notó que a su lado, se había sentado un muchacho joven y muy atractivo. Entonces, se decidió a hablarle - no sin la dificultad de siempre - lo saludó, se presentaron brevemente intercambiando datos como el nombre, la edad, la carrera, el semestre y experiencia en el grupo. Estaban en esas, conversando, conociéndose... cuando apareció el amiguito del chino. Ni modo...se había acabado el recreo; otra vez solito, en silencio, haciendo fuerza para no ser notado pero, como en un principio, en pie de lucha, firme, fuerte, decidido a seguir ahí; aún cuando notara que la chocolatina que se había empacado se le había derretido en el bolsillo.
Si, tanto así era el calor que hacía en el salón...cuando sucedió. Un muchacho, algo mayor que el anterior y aún más atractivo le habló al Sardino para preguntarle algo. Esa fue la excusa perfecta para iniciar la conversación. O mas bien, repetirla: nombres, edades, carrera y semestre, experiencia en el grupo, etc. Sólo que, el posible amiguito que aterrizaba cuan mosca en la sopa, no aparecía; por lo que todo apuntaba a que El Sardino tenía el camino despejado con tan apuesto galán, quien, además, daba señales de que El Sardino por lo menos le agradaba y le caía bien. Fue entonces que la cosa se puso muy buena...en lo que al show se refiere. Tanto, que todos, incluidos El Sardino y su prospecto, se pusieron de pie para presenciar mucho mejor el espectáculo.
La dominatriz había empezado a llamar a varios voluntarios para mostrar cómo se realizaban estas prácticas en tiempo real y en vivo y en directo. Mejor dicho, el ejercicio se convirtió en todo un show sado ante la sorpresa de la misma dominatriz. Los primeros voluntarios pasaron al frente y colaboraron con ella sin mayores contratiempos, sin dejar ningún recuerdo perdurable en los asistentes, salvo las burlas y las arengas de los amigos para que pasaran al frente. Excepto...el último voluntario, un man extremadamente flaco, de unos treinta y tantos años y muy bien parecido. A él nadie lo tuvo que animar para que pasara al frente, el solo casi se va de cara por pasar. Entonces, le hicieron quitarse la camisa, lo amordazaron y lo hicieron acostarse boca arriba. Y fue ahí cuando el show llegó al clímax.
Ella empezó a azotarlo y el man gemía. Gemidos ahogados, persistentes, suplicantes ¿Dolor, placer...? quién sabe: esa es la gracia. Ella siguió azotándolo e incluso le clavó uno de sus tacones en el vientre y muy pronto se hizo evidente que, con los gemidos, lo que hacía era pedir más y más...hasta tener una tremenda erección que todos notaron no sin cierto estupor, aunque también con cierto inconfesable deleite. La dominatriz se detuvo para seguir hablándoles...mientras el man le acariciaba sugestivamente la pantorrilla "Ah, tranquilos...eso es pura maña" comentó ella con la mayor naturalidad. El tiempo se agotaba y, para sorpresa y vergüenza ajena de todos los presentes, resultó ser que el man había llevado a su novia. La dominatriz preguntó por la novia o el novio del voluntario y ahí apareció ella. No, no quería que el show continuara...o al menos no con él.
Oficialmente, el show había terminado. Cada quien se habría ido a su casa...de no ser porque una muchacha muy cordialmente los invitó a todos a farra de viernes en la noche en Humanas. Al menos habría un posible buen plan. ¿La mala noticia que nunca falta? El amiguito del prospecto del Sardino finalmente apareció y, en uno de esos eventos que ocurren a la velocidad de la luz, mucho antes de poder ser procesados y asimilados, el prospecto del Sardino se despidió de él con un fugaz apretón de manos y desapareció de su vida casi para siempre. El Sardino se sintió desechado.
Salió en la impresionante turbamulta, bajó las escaleras y salió del edificio en medio de una llovizna helada y persistente, mamona, como todas las lloviznas. Caminó hacia humanas, pero no había señales de farra...si había cierto movimiento, pero nada concreto. Estaban crudos o era terriblemente improvisada la dichosa farra.
El Sardino caminaba con el corazón oprimido por una horrible sensación: sentía que no encajaba en ningún sitio, que donde estuviera estorbaba, que era invisible para todos los demás. Se sentía triste, solo, deprimido, derrotado, condenado al fracaso...pero no se iría aún. Caminó hasta la plaza central, y resultó metido en la farra de enfermería. Un fiasco TOTAL: poquita música, poquita gente, pero mucho alcohol. No tenía nada que hacer ahí. Se sentó en uno de los corredores y luego en un anden, al lado de la plaza. A menos de un metro, divisó a un muchacho joven y atractivo...pero la historia no tuvo oportunidad de repetirse y, no sólo por la ley de probabilidades, sino porque esta vez no fue un amiguito sino una amiguita la que apareció antes de que El Sardino pudiera siquiera pensar en dirigirle la palabra al tipo.
El Sardino se resignó a que, si, muy viernes en la noche, mucha víspera del día de Amor y Amistad, mucha chocolatina derretida en el bolsillo (y hasta mucho condón en la billetera) pero esa noche, como otrs tantas en el pasado, estaba destinado a pasarla solo. Se levantó y empezó a caminar hacia la salida. Vio que su reloj marcaba las 9 pasadas; estaba justo a tiempo antes de que Transmilenio, el medio de transporte más seguro a esas horas, dejará de funcionar. Aceptó sin amargura que era tiempo de irse.
Llegó a su casa relativamente temprano, comió, encendió el computador y se metió al Facebook...en el chat, estaba El Baby...pero esa, ya es otra historia.
Muchas gracias por leerme, les mando un gran saludo y espero que este post y, en general, la historia de La Cuerda Floja hayan sido de su agrado. Síganme visitando y, por supuesto, esperen mas posts. Como es costumbre los dejo con el video de rigor. Feliz inicio de semana.
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