lunes, 26 de septiembre de 2011

HISTORIAS DE AMOR Y AMISTAD: TU AMANTE SECRETO


¡ADVERTENCIA!: Si bien los hechos acá descritos son reales, los nombres de los directamente implicados han sido modificados para proteger su identidad. Se recomienda discreción.

Bueno, creo que esta es la primera vez que hablo del pasado del Sardino, de lo que era de él antes de que entrara a la universidad y, en consecuencia, nos conociéramos y nos hiciéramos amigos. A modo de rápido resumen de su vida, diré que nació en el seno de una familia de clase media, católica y muy convencional, tiene dos hermanos menores y un medio hermano mayor, actualmente vive con ellos, sus padres, un perro y un gato en un barrio de lo más "play". Durante su infancia y adolescencia, asistió a un colegio privado y bastante católico (y caótico) de cuyo nombre nadie quiere acordarse. En ese colegio, bastante bueno, eso si para qué, El Sardino cursó su primaria y su bachillerato. Y es aquí, en este punto de la vida del Sardino, en el que empieza la historia que he de narrar a continuación, así como muchas otras que espero contar en el futuro.

Sucede que allí en ese colegio, El Sardino tenía un parchecito de amigas: La Ojitos y La Morocha. Los tres eran el trío maravilla, no se separaban para nada, iban juntos para arriba y para abajo, hacían indisciplina, se echaban cuentos, se reían a carcajadas, hacían planes juntos, en las actividades de grupo siempre se hacáin los tres, los tres iban a las casas de los tres, los tres se contaban sus secretos más íntimos, en fin; eran los mejor amigos. Sin embargo, ninguna historia es totalmente color rosa perfecto y esta, pues no era la excepción.

Resulta ser que a tan adorable trío, se unió una integrante indeseable: La Güera, una china muy bonita, pero terriblemente pedante, fastidiosa y remilgada; la típica niñita consentida de papá y de mamá a quien nadie en el salón quería ni soportaba. Los integrantes del trío maravilla, como es fácil suponer, estaban desesperados con la intrusa. No hallaban cómo quitársela de encima, cómo huirle, cómo hacerla a un lado: era un verdadero encarte que les amargaba la vida. Y La Güera ni se daba por enterada, estaba decidida a incrustarse y astillarse en el grupo le gustara a quien le gustara.

Si, La Güera no era para nada encantadora, fascinante o atractiva para nadie que la conociera. Y sin embargo, un buen día le sucedió algo incomprensible y desconcertante...al menos para los demás. Ese buen día, cuando todos regresaron del descanso de la media mañana para la siguiente clase, La Güera, sacó el cuaderno de la clase y, cuál no sería su sorpresa al ver que, entre las hojas del cuaderno había una nota hábilmente doblada. Intrigada y emocionada, La Güera ocultó la carta para leerla más tarde y así fue como, al final de la jornada, salió del salón sin despedirse de nadie...pero prestando mucha atención a las miradas, la conducta o los gestos de sus compañeros. Cualquiera de ellos pudo haber sido el que le escribió esa carta cuyo contenido ella aún ignoraba. Sin embargo, no notó nada digno de ser tenido en cuenta.

Al salir del colegio y llegar a su casa, subir a su habitación y encontrarse completamente sola, a salvo de miradas curiosas, abrió la carta y la leyó. Es casi imposible determinar que pensó, sintió o experimentó mientras leía aquellas líneas; sólo puede suponerse que fue algo tremendamente grato para ella, pues si, en efecto, aquello era una carta de amor...firmada con un inquietante seudónimo: El Solitario.

Un admirador secreto.

Aquello, por supuesto era tan, pero tan difícil de creer que rayaba en lo imposible...y sin embargo, así era. La Güera estaba en shock, sin saber qué hacer ni qué decir. Guardó la carta en una vieja caja de galletas, encaletada en el último rincón de su cuarto.

Al día siguiente, al llegar al colegio, se llevó a La Morocha (la única con la que se medio toleraban) a un rincón para confiarle en secreto eso tan maravilloso y misterioso que le estaba ocurriendo. La Morocha quedó tan perpleja como la misma Güera. Ni idea de quien podría ser El Solitario..aunque por lo menos ya tenían un nombre con el cual referirse a él.

Los días fueron pasando y, sistemáticamente, siguieron apareciendo cartas de amor entre los cuadernos de La Güera. Cartas cada vez más apasionadas, candentes, vehementes. La Güera ya no tenía escapatoria: El Solitario, un perfecto desconocido de quien no sabía absolutamente nada, se había robado su corazón. Cada suspiro, cada pensamiento, cada instante de vida...eran para él. Y ocurrió lo inevitable: lo idealizó hasta hacer de él el hombre perfecto; el extinto príncipe azul de los sueños de cualquier mujer.

Las cartas se acumulaban y con ellas crecían, como el fuego de una hoguera, la ansiedad y las añoranzas de La Güera. Empero, el misterio en torno a la naturaleza del Solitario prevalecía.

Pero pasa y sucede que entre el cielo y la tierra no hay nada oculto y, obedeciendo a esta ley, la identidad del Solitario salió a la luz. Eso si, en un mal día. Muy, muuuuy mal día.

Sucedía que, aparte de todo, a La Güera no es que le fuera muy bien académicamente (le iba como un ciezo, para ser más preciso) En todas las materias le iba terriblemente mal pero sobre todo, en las matemáticas (Fisica, Química, Cálculo y Trigonometría) Sucedía pues que estas materias las dictaba un mismo profesor (amén del recorte de presupuesto educativo propio de los colegios) quien además era el administrador y esposo de la rectora. Si, ahorro al extremo.

Este profesor, por lo tanto creó una especie de taller de refuerzo para los alumnos que iban perdiendo con él. Durante las tardes, en el colegio. Por obvias razones, nadie quería estar en esa lista de alumnos quedados  a quienes condenaban a pasar sus tardes encerrados, recibiendo más y más del mismo cocinado que no podían digerir ni a esa ni a ninguna otra hora del día. Y también, por obvias razones, La Güera estaba en esa listica negra.

Madreó y maldijo lo indecible, pero no hubo rezongo ni estirada de trompa que valiera: igual le tocaba quedarse todas las tardes a reforzar. Pero bueno, al menos tenía como consuelo la sistemática correspondencia con su amado aunque desconocido Solitario. Mientras tuviera eso, por lo menos, su vida era soportable. Pasara lo que pasara.

Hasta que llegó ese mal día; esa tarde funesta y sombría...

Cómo siempre, a La Güera le había tocado quedarse esa tarde y como siempre, les habían puesto a desarrollar un tremendo ejercicio de física, el típico, para ser exacto: tedioso, intrincado, eterno, mamón...Era el último, una vez lo terminaban, se lo entregaban al profesor y se iban. La Güera fue la última en terminar. Con un gran esfuerzo para no desfallecer, se levantó de la silla, se acercó al escritorio del profesor y le entregó su ejercicio. Iba a dar media vuelta para poder huir por fin de aquella sala de tortura mental, pero la mano del profesor la detuvo.

"Yo soy El Solitario"

Una simple frase que hizo polvo el mundo de La Güera. El castillo de naipes se derrumbaba en medio de un terrible y ensordecedor estrépito. Su príncipe azul resultó ser un cuarentón sardinero e infiel y, para colmo, un profesor. Y, para más colmo, el esposo de la rectora del colegio; la temible rectora.

La Güera salió corriendo, mientras el llanto le quemaba la cara...al día siguiente, se llevó a La Morocha a la casa y, nuevamente a salvo en su refugio, le confesó la terrible verdad. La Morocha quedó atónita, desconcertada, sin poder el menor crédito a todo lo que le contaba La Güera. No obstante, ella si atinó a hacer algo que La Güera jamás había siquiera pensado hacer: comparar la letra y la firma de las cartas de amor con las de los ejercicios de Fisica y Química. Idénticas. No había asomo de duda y, para rematar, la respuesta siempre estuvo delante de ellas.

¿Qué ocurrió después? ¿en qué paró todo aquello? ¿qué consecuencias tuvo tan arriesgado escarceo? El Sardino supo toda esta historia tiempo después...la historia, más no el desenlace. Lo cierto es que, la conozcan quienes la conozcan, en las paredes de aquel colegio aún se siente el eco de la triste historia de amor de La Güera y El Solitario, un hombre hecho de cientos y miles de ilusiones que se hicieron ceniza al primer soplo de realidad.

Gracias por leerme, sigan visitando mi blog y, por supuesto, esperen mas posts. A continuación, la banda sonora de esta desdichada historia de amor. Un saludo. Chao.


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