lunes, 4 de abril de 2011
ESE OSCURO OBJETO LLAMADO DESEO
Muchos me tacharan de mojigato, pero con toda seguridad, en algún momento de nuestras vidas (o en algunos casos, constantemente) hemos concebido el deseo como algo retorcido y pecaminoso, al punto de vincularlo, así sea inconscientemente con toda forma de maldad, como por ejemplo el abuso del poder.
Además, cuando en una película, un documental o una obra literaria se describe un asalto o un ataque o se habla de cualquier conflicto armado de los muchos que hay o han habido en el mundo, es común que se presenten asesinatos, torturas...y violaciones. Desde el Descubrimiento de América hasta los conflictos civiles en diversos países del Tercer Mundo, el deseo sexual, algo tan natural en los seres humanos, se ha visto ligado a atropellos, crímenes y faltas a la ética y la moral.
Por otra parte, los escándalos sexuales de la Iglesia han contribuido notablemente a reforzar la percepción del deseo como algo diabólico y maligno, directamente vinculado a la forma en que el demonio tienta la carne constantemente, llegando a corrompernos a todos. Hasta a un ministro de Dios.
Vale la pena anotar, además, que la lujuria es uno de los siete pecados capitales severamente vilipendiados por la Iglesia Católica (una lista que se ha extendido hasta abarcar la clonación, el uso de anticonceptivos, la investigación de las células madre, la homosexualidad etc.) y aún desde el Génesis hasta el Eclesiastés, la Biblia hace constantes referencias a los "actos impuros" descritos como faltas contra Dios (muchos piensan, no sin mucho fundamento, que la manzana con la que Eva tentó a Adán es un eufemismo para referirse al acto sexual) siendo la más simbólica y representativa la alusión a un personaje como María Magdalena, la mujer adultera redimida por Jesucristo.
Esto se deba tal vez al hecho de que el deseo se halla indisolublemente ligado al placer y este, a su vez, a la culpa, responsabilidad también de la Iglesia desde la Edad Media hasta nuestros días (si, sigue siendo la misma..igualita).
Pero además, porque somos conscientes, bien sea por experiencia propia o por múltiples referencias ofrecidas por el arte, la literatura, la mitología o los medios, del impresionante y avasallador poder del deseo en nuestras vidas y en nuestras acciones y decisiones. Así seamos personas cuerdas, sensatas, cuidadosas, con los pies bien plantados sobre la tierra...cuando algo o alguien remueve el deseo en nosotros, nuestro mundo se nos pone de cabeza, cometemos todo tipo de errores y locuras, perdemos nuestro sentido común, nuestra lógica y, si, lastimosamente también nuestro amor propio.
Si se reflexiona cuidadosamente, se llegará a la conclusión de que no es casual que el amor y el deseo estén tan estrechamente ligados: ambos son fuerzas devastadoras que tienen en nosotros, esencialmente, los mismos efectos. Y, al igual que el amor, es una inagotable fuente de inspiración para prácticamente todas las manifestaciones artísticas: música, cine y literatura han tomado la fuerza del deseo como un elemento de una increíble riqueza y valor estético.
No obstante, el deseo, al ser algo inherente a la psiquis del hombre y en general a la condición humana, se ha constituido, en los últimos años, en un elemento de gran relevancia, al punto de que hoy por hoy en comerciales, programas de televisión o videos musicales, se juega constantemente con el erotismo, con las curvas y las formas corporales de hombres y mujeres que despiertan en nosotros...el consabido deseo.
Es así como todo el tiempo, nos vemos bombardeados por imágenes, canciones o historias que remiten al deseo, lo cual, para todos nosotros -en especial los hombres y más aún en la adolescencia- puede ser realmente abrumador y siempre marcado por esa connotación oscura y, a veces, hasta tenebrosa mencionada al principio. Todo esto, como se ve, origina, en no pocas ocasiones, un verdadero choque de trenes dentro de nosotros mismos. Luchas internas por apaciguar nuestro deseo o por ceder a él sin sentir remordimiento...poco importa que tan cercanos seamos a la religión, la Iglesia o a Dios, la gran mayoría de nosotros tenemos una relación conflictiva con nuestro propio deseo.
Ni que decir del homoerotismo: en el caso de los militares en los cuarteles o la selva, las monjas y los seminaristas en los monasterios, los marineros en altamar, los presos y presas en las cárceles el deseo se hace más intenso, cuanto más prohibido sea y más tiempo y espacio se comparta, como en las duchas y los dormitorios; así como varios siglos atrás, en los saunas y baños públicos de los romanos, mucho más desbocados y liberales con respecto al sexo.
Y no sólo eso: el sexual, el erótico, no es el único deseo. Placeres como la comida que nos engorda, el no hacer nada en todo el día, dar rienda suelta a nuestra furia, hacer algo que tenemos prohibido, hacer una mala pasada e incluso cobrar venganza están determinados por el deseo...en diferentes formas y presentaciones. E igualmente juzgado y condenado por la Iglesia y la sociedad en su conjunto. Nuevamente, la culpa martillándonos.
¿Conclusiones de este inusual post? Siempre que no nos pasemos de la raya, tengamos cierto autocontrol y no le hagamos daño a nadie...disfrutar de todos los placeres que se puedan. La vida es una sola y es más corta e impredecible de lo que pensamos, hay que vivir cada día como si fuera el último y aprovechar la juventud y la libertad que tenemos. En otras palabras, no permitir que eso domine nuestras vidas, pero tampoco dejar de disfrutar de lo que nos gusta. Sentimientos como la culpa y la vergüenza nunca han ayudado a nadie. La confianza en nosotros mismos, el sentido del humor y la capacidad de ver las cosas desde nuestro propio criterio y perspectiva, si lo han hecho.
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